- EL MANCO DE TEODELINA Oscar Messina: “No hay hombre en el mundo que me pueda ganar” -

*EL MANCO*

…Para muchos de nosotros es una leyenda. Una historia fantástica que los viejos repiten en los pueblos, llena de andanzas y proezas mágicas. Paisano antiguo, de poncho y cuchillo a la cintura. Bebedor incorregible de noches interminables. Gran recitador. Aquí cuenta cómo fue que se convirtió en el más grande jugador de pelota a paleta de todos los tiempos. El “Maradona” de un deporte que supo ser pasión de multitudes y que hoy ya casi nadie práctica.

Una entrevista inédita realizada a Oscar Messina, el legendario.

Manco de Teodelina

-Según me han dicho, usted nació con una paleta debajo del brazo?...

-Qué te parece. Yo empecé a jugar a la pelota a los diez años. Éramos un montón de pibes que íbamos a la cancha. Eso sí: siempre a la hora de la siesta, porque si no después venía la policía y nos llevaba a todos presos....

-¿Cómo?

-Claro. No querían que jugáramos a la pelota, porque antes se jugaba por plata. Por mucha plata. Y en esas cosas los chicos no podían andar. A mí me llevaban preso todos los días... Pero nosotros íbamos igual. Imaginate que no teníamos ni zapatillas. Jugábamos descalzos ahí, al rayo del sol, y le pegábamos con un pedazo de madera. Así fui aprendiendo.

-Y llegó a ser el mejor?

-Yo no sé leer ni escribir. Soy analfabeto. Pero llegué a ser el mejor del mundo en lo mío. A mí no me ha ganado nadie, y si lo han hecho ha sido a la vuelta de los años y en algún partido como visitante. Cualquiera que jugara conmigo, perdía. Era así de simple. 

-¿Hasta qué edad jugó?

-Hasta los 65 años. Ahora por ahí juego algún partido, pero el cuerpo no me responde. Me da bronca, porque yo era un tipo que hacía lo que quería con la pelota. La ponía donde se me antojaba. Pero el otro día quise jugar y saqué catorce veces mal. Largué todo y me puse a tomar cerveza con los amigos....

-¿Ganó mucha plata con la paleta?

-Sí. Siempre gané plata. Fortunas. Pero me la gasté toda. Lo que lamento es haber gastado los años, la plata no me importa. Si la plata es del gobierno... ¡Los años eran míos! En el ‘63 fui a jugar al Uruguay contra los campeones del mundo y les gané. Esa vez me traje un montón de billetes. Pero como te dije, me los gasté todos.

-Cuénteme de su niñez en Teodelina?

-En Teodelina no teníamos ni para comer. Éramos muy pobres. En el año ‘44 falleció mi madre, durante una epidemia de fiebre tifoidea, y quedamos seis hermanos con mi padre. Entonces nos fuimos repartiendo con distintos parientes, uno para cada lado. Yo me fui a Coronel Suárez con un correntino amigo de la familia. Me acuerdo que viajamos durante dos días en un tren carguero, sin comer ni una miga. ¡Qué miseria!

-¿Qué hizo en Coronel Suárez?

-Ahí en Suárez paramos en una plaza que tenía una cancha de bochas y otra de paleta. Estaba lleno de gente que iba a buscar trabajo en la cosecha. El correntino era costurero y estaba tratando de conseguir algo. Yo, que tendría unos 14 años, me quedé por ahí dando vueltas. Y escuché que había un ruso que jugaba muy bien a la pelota. En eso apareció un señor de traje, lentes oscuros, con un ponchito de vicuña... Una pinta bárbara. Un bacán. Entonces, lo encaré y le dije: “Señor, ¿se podrá conseguir un pesito si yo le gano a este hombre?” “Cómo no”, me dijo él. Y ahí nomás se armó el partido, por diez pesos de aquella época. Esa tarde me hice veinte mangos, porque le gané dos veces.

-¿Quién era el hombre del traje?

-Se llamaba Manolo Zubeldía, un estanciero de la zona. Después supe que era un bacán en serio, una persona de dinero. Cuando le fui a dar los veinte pesos que había ganado no me los quiso aceptar. Volvió al otro día. Le había conseguido trabajo al correntino y me ofreció que fuera a vivir a su casa. ¡Con él me convertí en un bacán! Imaginate que en ese momento yo ni calzoncillos tenía. Me compraron ropa nueva, camisetas, zapatos... Y todos los fines de semana me llevaban a jugar a distintos pueblos. Ellos no tenían ningún interés por la plata. Les gustaba la pelota, nada más. Y yo la pasaba muy bien.

-¿Cuánto tiempo estuvo con esa gente?

-Un poco más de dos años. Enseguida me fui haciendo conocido y empecé a ir a jugar cada vez más lejos. Y también iba aprendiendo de la vida. Fijate que yo empecé a los catorce años... Cuando cumplí los dieciocho volví a Teodelina a visitar a mi padre y ya tenía unos pesitos en el bolsillo. No era mucho, pero comparado con la miseria que habíamos pasado... Entonces le digo: “¿Usted sabe que no hay hombre en el mundo que me pueda ganar a la pelota?”. Ahí nomás se fue para el club, habló con el gerente del Banco Provincia y me organizaron un partido contra Papaolo en Colón. Papaolo en ese momento prácticamente no tenía rivales en la provincia y a mí en esta zona no me conocía nadie.

-¿Y qué pasó en Colón?

-Bueno, el asunto es que fuimos a jugar. Había como ochocientas personas en la cancha. Y en un ratito nomás, el tipo me estaba ganando once a uno. Entonces mi padre, que había apostado los ahorros de toda su vida, se enojó y entró a la cancha. Me acuerdo como si fuera hoy... Me dijo de todo: “Atorrante, sinvergüenza, hacer venir a secar a toda esta gente...”. ¿Qué le iba a decir? La cosa es que seguí jugando tranquilo, sin nerviosismo, y me puse 18 a 17 arriba. Y mi padre se volvió a meter a la cancha: “Si querés, dejamos”, me dijo. “Qué vamos a dejar si vos estás seco y yo también”. No me tenía mucha confianza el viejo y tampoco quería quedar mal con la gente que había apostado plata a mi mano. Pero yo sabía que no había hombre que me pudiera ganar y seguí. Terminé ganando 30 a 23.

-Así que nunca perdió un partido?...

-Bueno, sí. Algunos partidos habré perdido. Yo les gané a todos, pero últimamente, cuando estaba de vuelta, algunos jóvenes me han derrotado.

-¿Me puede explicar cómo siendo tan buen jugador no ganó el Campeonato Argentino?

-Es que yo fui una sola vez a jugar ese campeonato. Y era una miseria. ¡Si se juntaban 200 personas para verlo era mucho! Encima se jugaba por el honor, porque no había un mango. Y tenían más reglamentos que otra cosa. Había que acostarse a tal hora, levantarse a tal otra... Yo por eso nunca le di bolilla a esos torneos. ¡Mirá si me van a decir cuándo me tengo que acostar!”. (NR: Aquella única vez que jugó un Campeonato Argentino, luego fue suspendido por cuestiones reglamentarias por 99 años para competencias oficiales. Cuando le informaron de la sanción, se puso furioso. Sacó su Smith and Wesson y empezó a los tiros. De milagro no mató a nadie. Su explicación insólita fue: “No me enojé porque no me dejaban jugar los campeonatos oficiales. Me calenté porque me confundieron con un elefante. Si no, ¿cómo se entiende una pena de 99 años?”).

-¿Le gusta la política?

-Yo no fui campeón mundial porque soy radical y en aquel tiempo estaba Perón. Yo era un paisano mal llevado. No me dejaba manosear por esos carasucias, y de yapa, era radical. Tenía todas las contras. Pero igual les ganaba a todos.

-¿Usted se casó?

-Me casé y tuve tres hijos. Pero hace mucho tiempo que estoy solo. Los pibes son grandes y están muy bien acomodados. Son dos mujeres, una de 48 años y otra de 40. Ninguna trabaja. Y el varón tiene un puesto importante en La Serenísima. Ninguno de ellos se hizo rico, pero por suerte viven bien, con todas las comodidades.

-¿Y su esposa?

-Hace 35 años que estoy solo y ya me he olvidado de las mujeres. Menos mal, porque si no… ¿con qué la iba a mantener? ‘He quedao solo en las casas, estoy solito en el rancho...’ Te cuento que los malandrines ya me han robado cuatro veces en mi casa. Me han llevado todo.

-¿También el oro? ¿Porque me han dicho que usted solía tener muchos objetos de oro?

-Todo. Los platos, los cuchillos, las frazadas... Apenas si me han dejado la cama, en realidad porque no pasa por la puerta. Y el oro también se lo han llevado, por supuesto. Para que te des una idea, mi mujer llegó a tener 20 esclavas de oro. Y yo tenía de todo, hasta un saco con doce botones de oro y una rastra con todas monedas de oro. De eso me ha quedado muy poco.

-¿Cuénteme cómo fue que comenzaron a llamarlo “El Manco”?

-Eso fue de chico. Resulta que un caballo me pateó y me quebró la muñeca y el codo. Y en aquel entonces en Teodelina no se conocía ni el yeso. Me entablillaron la mano con las tablitas de una caja de dulce de membrillo de tres kilos. Imaginate... Yo era un chico, así que la vendita que me pusieron se aflojó al ratito nomás. Y la mano me quedó torcida. Entonces la gente me puso ‘El Manco’. Y me acuerdo de un reportaje que me hicieron una vez que decía: “Si Messina es manco, Gardel es mudo”.

-¿Ese brazo nunca le trajo problemas para jugar?

-No, para nada. Si con esta mano tenía una derecha y un revés impresionantes...

-¿Usted venía seguido a Junín?

-Yo venía mucho a Junín. Te estoy hablando de hace cincuenta años atrás. Los cafishos más grandes estaban acá. Había algunos barrios en los que no se podía entrar. Yo era un bacán porque tenía muchos amigos que me cuidaban. Pero de ahí rajaban a cualquiera. Si entrabas tenías que andar con pie de plomo. Ahí te medían el aceite enseguida. Te molían a palos, había gente guapísima....

-Bueno, parece que no han cambiado tanto los tiempos?.

-El problema es que los guachos de ahora te asaltan y te matan. Antes era cuestión de no meterse y nadie te molestaba. Ahora vas por la calle y te dicen: ‘Dame ese poncho’. Y no los mirés mal porque ahí nomás te pegan un tiro. En todos los pueblos está pasando lo mismo. Antes había hambre. Ahora, en cambio, estamos llenos de vicios. La plata no alcanza porque las queremos hacer todas. Si hay baile, vamos al baile; si hay cantina, vamos a la cantina; si hay cabaret, vamos al cabaret... ¡Es una cosa de locos!

-Pero usted no me va a decir que nunca fue a un baile?...

-Muy pocas veces... En los clubes no dejaban entrar a cualquiera. Y nosotros éramos muy pobres. No teníamos plata. Andábamos vestidos con cualquier cosa. Pensá un poquito. ¡Qué nos iban a dejar entrar si andábamos en patas y con unos agujeros tremendo en los pantalones que parecíamos verdaderos crotos!

A veces nos encontramos con estas sorpresas…
Aquí volcamos una entrevista inédita realizada a Oscar Messina, el legendario “Manco de Teodelina”, por el periodista Ignacio Canaparo, que por entonces cursaba Ciencias de la Comunicación en la UNLP. La charla, obviamente nunca publicada, se llevó a cabo en el marco de un trabajo para esa carrera universitaria, en noviembre de 1998, a muy poco que Messina dejara de jugar definitivamente a la pelota a paleta, el deporte que lo apasionaba.